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lunes, 11 de abril de 2011

La goleada como mejor homenaje póstumo.


Emery se reivindica ante su colega Garrido y Miguel salda parte de su deuda con la afición Guaita contiene la emoción ante el cariño hacia su padre.
Un poco más y el derbi acaba a gol por punto, por cada uno de esos ocho en los que cifró Emery este reconfortante duelo que revolvió el estómago a Garrido. Había tanto en juego que no defraudó a nadie. A nadie que sintiera los colores blanquinegros, porque a los amarillos les sentó tan mal que sólo hubo que ver a qué velocidad salió del palco Fernando Roig para darse cuenta que fue una noche patética para el presidente del Villarreal.
Fue un derbi reconfortante, cargado de fútbol y de emoción. Los goles compensaron el apoyo de los 45.000 espectadores, el juego reforzó al tercer clasificado y la emoción sirvió de homenaje a un tipo llamado a desempeñar un papel importante en la portería. Unai había dicho que Guaita estaba listo para jugar pero al final decidió que se quedara en el banquillo. Cada gol fue una inyección de ánimo para el chaval, que perdía justo siete días a su padre de manera repentina.
En días así, cualquier motivo se agradece, venga de donde venga. Durante la semana, a Guaita se le ha mimado en Paterna y, además de sus propios compañeros, en este partido el público quiso estar al lado del chaval. Dos pancartas le daban moral pero una de ellas se hacía inevitable leer por sus dimensiones. Situada en la zona de Yomus y en dos partes, en una se leía: «Muere un portero»; y en la otra «Nace una leyenda», salpicadas ambas con fotografías del futbolista y de su padre, que llegó a defender tiempo atrás los colores del Mestalla.
Pegado a Dealbert y al doctor Joaquín Mas, Guaita escuchó el minuto de silencio más intenso de su vida. Mirada en el horizonte, escuchó la melodía habitual para estos casos de homenaje póstumo. Luego, sus compañeros se encargaron de aportar su granito de arena particular. Soldado le dedicó con cariño el primer tanto, Emery se abrazó a él en el segundo y con el quinto, el guardameta ya no pudo reprimirse y salió con las manos pegadas al cogote. Casi ni se lo creía.
Los goles a veces resuelven situaciones angustiosas y no sólo de índole extradeportiva. Por ejemplo, la de Miguel. El luso se ganó la condena por indisciplina y por su afición a la noche y a destrozar despertadores, luego se le perdonó y 44 días después de todo el follón hasta vuelve a jugar y, dicho sea de paso, a hacerlo bastante bien. De la indiferencia con la que le trató el público al principio cuando su nombre se anunció por megafonía (fue el último del once) pasó al reconocimiento general. Es lo que tiene pertenecer a esta colectivo de afortunadísimos trabadores.
Siempre se perdona casi todo. La duda que queda ahora es saber si el Valencia y/o el cuerpo técnico, o quien fuera de los dos, hizo bien en su día en tener al portugués entrenándose en solitario. Una cosa es castigarlo y otra perjudicar con esa decisión al propio colectivo. Hay que recordar que con Miguel en el purgatorio a Bruno se le atragantó más de un partido y el Valencia dijo adiós a la Champions. Aunque este verano hará las maletas, el portugués dejará el sabor de haber sido un magnífico lateral.
Es lo que pasa por tener en nómina jugadores tan buenos sobre el césped como inflexibles en los horarios nocturnos. A Éver, por ejemplo, también habría que darle de comer a parte en este sentido. El argentino no es ni de lejos el centrocampista que esperaba el Valencia esta temporada pero ayer cumplió de manera más decente. Otra recompensa generosa de la grada hacia él y que el propio Banega devolvió cuando fue retirado. Inteligente Emery en la sustitución.
A Marchena le hubiera gustado escuchar esos mismos aplausos de Mestalla. No fue la mejor manera de regresar a un campo que conoce muy bien. Nueve años aquí y la primera vez que lo vuelve a pisar con una camiseta diferente se lleva cinco roscos de obsequio. Sólo una pancarta y la cercanía de unos aplausos al final sirvieron de merecida despedida. Eso, y el run rún que se escuchó en un par de entradas del sevillano, desubicado en el vaivén táctico de Garrido.
Por mucho que se esfuerce, Emery le ha tomado las medidas a su equipo. En El Madrigal trazó el esbozo, en Copa dio una tímida puntada pese al roto final y ayer le cosió de principio a fin. Lo de Garrido y Mestalla parece que lleva camino de convertirse en un idilio especial, porque al final se le hizo un cántico ofensivo y otro más irónico: «¡Que bote Garrido!». No saltó, lógicamente, pero sí se saludó cortésmente con Emery tanto al principio como al final.
Estrechón de manos y cada uno a lo suyo, aunque durante la primera parte, según parece, una triquiñuela de Garrido en la que picó Topal en un saque de banda pudo costarle un gol al Valencia. Al final, todo quedó en una anécdota. El resultado lo limpia y purifica todo. Por fin el Valencia gana a lo grande a un grande, amarra la Champions y se pone como primer equipo de la Comunitat. Todo vale.

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